Hace ya dos semanas del último artículo sobre la Eutanasia, este es el tercero y último sobre dicho tema.
Ante una cultura de la muerte que en las sociedades como la nuestra, cada vez campa más a sus anchas, la Iglesia, apoyada en el Evangelio que le ha sido confiado tiene algo que aportar, no es simplemente una respuesta más, sino que es LA respuesta. ¿De qué se trata esta aportación que la Iglesia hace? De proclamar, sin tapujo alguno a Jesucristo como solución a la muerte.
La historia bimilenaria de la Iglesia muestra fehacientemente que aquel pequeño grupo de creyentes en Cristo, fueron capaces de una transformación total de la sociedad de todo el mundo conocido de la época. No fue fácil abrirse paso, sabemos bien que costó mucho sufrimiento a la Iglesia naciente la proclamación de Jesucristo. Ese sufrimiento se concretizó en persecuciones, encarcelamientos, destierros y martirios atroces, que diezmaron en número a la Iglesia, pero no hicieron mella alguna en el testimonio valiente del Evangelio.
Se nos dice constantemente que hay que volver a las fuentes, en este momento crucial hay que volver a nuestras fuentes cristianas y encontraremos la respuesta de cómo hemos de comportarnos. Hemos de tener una gran fe en Jesucristo resucitado, sino partimos de este dato fundamental, estamos anulados para poder responder a la cultura de la muerte. El Hijo de Dios, no vino a nuestro mundo porque quiso cambiar “de aires”, sino porque el Padre lo envió para que haciéndose hombre, muriera en una cruz y resucitara. En este hecho fundante, la Iglesia de todos los tiempos, la naciente también, se apoyó y se apoya para toda su acción evangelizadora. Él vino para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia. Hay que estar convencidos personal y eclesialmente que en Jesucristo se cifra la esperanza del hombre. En la persona del Hijo, el Padre apostó por nosotros los hombres, es el dato más convincente de lo que cada vida cuenta para Dios.
Hemos de proponer sin tapujo alguno la radicalidad evangélica ante el discurso mayoritario de nuestras sociedades. Las políticas gubernamentales implementadas por los gobiernos y difundidas por los medios de comunicación social (medios que no están muchas veces al servicio de la verdad, sino de los amos que las sostienen), van calando en aquellos que leen y escuchan dichos “valores”. Estos medios son los grandes culpables donde se anestesian las conciencias de los ciudadanos, y hacen que vayan calando sibilinamente la imposición de las ideologías, hasta llegar al punto de cambiar la moralidad de los actos haciendo que al mal se le llame bien y viceversa.
Nuestra respuesta como Iglesia, es no dejarnos arrastrar y no tener vergüenza a la hora de proponer los valores que permanecen eternamente porque su fundamento se encuentra en Dios, que es eterno. No podemos ser tiende puentes, hablar con el mundo sí, pero que eso no nos lleve a perder nuestra identidad, somos sal y corremos el riesgo de volvernos sosos si compramos el discurso del mundo. Un creyente que cae en el peligro del buenismo mundano, ya no aporta ninguna novedad porque habla y defiende el mismo discurso del mundo. El Evangelio posee una tracción poderosa en sí mismo, cuando se le presenta tal cual. El cristiano de la primera hora fue significativo porque no se dejó dominar ni se amoldó a las costumbres del imperio. No se consigue la transformación de las realidades sociales por el hecho de silenciar el evangelio.
La familia, constituida por un hombre y una mujer, de cuya relación de amor nacen los hijos es un bastión a abolir. Por eso vemos, que es una de las instituciones más atacadas. Ella es santuario de la vida. Es creadora de la vida, cultivadora de la vida y educadora de la vida. Lo normal es nacer en un marco familiar. Fruto de la unión del amor esponsal nacen los hijos. Desvincular el ejercicio de la sexualidad de la procreación, concibiéndola como mero disfrute carnal, da como primer fruto el desprecio a la vida humana. Cuando se ha buscado el placer y sin querer aparece un embarazo, hay ocasiones que como respuesta a ese embarazo no deseado se opta por el aborto.
La familia cuida la vida de cada uno de sus miembros, pero especialmente de los más débiles: del recién nacido y de los ancianos. Inicio y término de la vida son acogidos, acompañados, protegidos por la institución familiar. Para la familia cada miembro cuenta, y los más débiles mucho más.
La Iglesia educa en los valores vitales. La misión que la Iglesia tiene de educar a sus miembros se ha concretizado en la creación de las escuelas y universidades, siendo ella pionera mucho antes que el propio estado en la creación de las mismas. El Espíritu ha hecho surgir en el transcurso de los siglos, a personas que ante situaciones deficitarias socialmente tuvieron la intuición de la fundación de órdenes o instituciones dedicadas a la enseñanza. Al niño educado en colegios de Iglesia, ha de enseñársele a lo largo de todos los años de su formación un gran respeto por toda vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural. La formación de las conciencias en este principio, es fundamental para cambiar el rostro de sociedades que en ara de la posmodernidad defienden posturas de muerte.
La Iglesia cuida la vida en instituciones sanitarias. De la misma forma que surgieron hombres e instituciones movidos por el Espíritu para educar, igualmente surgieron familias religiosas e instituciones para curar. El trabajo que desarrolla la Iglesia en este ámbito, no es algo meramente profesional; tiene su origen en la preocupación y el amor delicado que Jesucristo tuvo para con tantos enfermos, según narran los evangelios. La Iglesia acoge, acompaña y dignifica la realidad del sufrimiento humano y de la ancianidad por fidelidad al Evangelio de la Vida que le ha sido confiado.
En este último punto, nos encontramos con la figura del Padre Pío, él mismo unido de forma misteriosa al misterio de la cruz durante toda su vida, agudizada durante los últimos cincuenta años de su existencia. El sufrimiento no fue algo extraño para él, sino que fue un compañero vital. Francisco Forggione tuvo la intuición de dar una respuesta desde el evangelio, al sufrimiento humano, e hizo levantar un hospital en el que tenían cabida todos los enfermos y se llevó a cabo con donativos venidos de todo el mundo. La solidaridad humana, es la mejor respuesta al sufrimiento humano.
Lectores que os acercáis a estos artículos, que ellos os animen a poner por obra, en pequeños gestos humanos, pero grandes ante Dios, la defensa y el cuidado de la vida. Es la mejor manera de ser testimonio de la Vida que estaba oculta y que en Jesucristo se nos ha revelado.
Autor: Un Terciario OP
PRIMERA PARTE DEL ARTÍCULO: «EN TODO ENFERMO ESTÁ JESÚS SUFRIENTE«
SEGUNDA PARTE DEL ARTÍCULO: «¿QUÉ OPINARÍA EL PADRE PÍO DE LA EUTANASIA?»