«El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; San Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6)» (CCE 1849)
El Salmo 50 es conocido como «Miserere». La Iglesia, con la liturgia en las Laudes, lo usa cada viernes del año por su carácter penitencial. Un salmo profundo sobre el pecado y la misericordia, es decir, una intimidad entre la criatura y su Creador, o mejor aún, un abrazo entre un hijo arrepentido y su Padre misericordioso.
Nació gracias al pecado de David, porque, bien sabemos que Dios hace obras grandes después de permitir nuestros pecados. David cometió un pecado de adulterio con Betsabé, y después, asesinó al esposo de esta, Urías el hitita (cf. 2Sm 11-12). Tras este hecho, David hizo penitencia, oró y ayunó. Suplicó misericordia de día y de noche. Y fue perdonada su culpa, pero tuvo unas consecuencias, porque el pecado, aunque sea perdonado, las tiene; la primera que tuvo en él: la muerte del hijo que fue engendrado de su pecado con Betsabé.
El discernimiento iluminaba a este rey, que cuando le ocurría cualquier otra cosa, a la que nosotros llamaríamos «desgracia», él siempre recordaba que eso le ocurría como consecuencia de su pecado.
La Iglesia nos enseña que hay diversidad de pecados, así como nos enseña a diferenciar su gravedad, pues el pecado puede ser mortal o venial. El pecado mortal destruye la caridad, aparta al hombre de Dios; el pecado venial ofende y hiere la caridad.
El padre Pío sabía muy bien sobre el pecado. Diferenciaba perfectamente cada pecado, incluso, daba luz al pecador arrepentido que se acercaba con corazón contrito a pedir misericordia a Dios.
José María Zavala explica muy bien en su libro «El Santo» cómo actuaba el padre Pío con las almas, especialmente con los «peces gordos». Describe con bellísimos detalles cómo el fraile poseía el don de penetrar las conciencias, donde solo podía entrar Dios. El padre Pío era libre -porque conocía muy bien el cielo, infierno y purgatorio- para negar una absolución al pecador que no se acercaba con arrepentimiento. Podría parecer falto en misericordia, pero lejos de ello, esos pecadores, regresaban al sacramento de la Penitencia con un corazón quebrantado y humillado ante su Dios, tal y como el Padre deseaba para su salvación.
Aprendamos a diferenciar los pecados, no nos acostumbremos al pecado, descarguemos muchos pecados que quizá no lo son, y sobre todo, jamás olvidemos que Dios es nuestro Padre, y que, como al hijo pródigo, sale cada día al camino para ver si ya regresamos a Él.
Autora: Patricia
Muy didáctico. Pero no entiendo como una absolución no alcanza. Nuestro Padre es un padre bueno de ahí que no entiendo la muerte del hijo de David con Betsabe como un castigo de Dios
Hola María:
Para alcanzar el perdón de Dios, la Iglesia dice que son necesarias cinco cosas: exámen de conciencia, dolor de los pecados, confesar todos los pecados, propósito de enmienda y cumplir la penitencia.
Dependiendo de los pecados y su gravedad, aquí vemos que David cometió dos (adulterio y asesinato) con toda su conciencia y planificación. Fue perdonado por Dios, pero el profeta le anunció que ese hijo había sido engendrado por el pecado y que moriría en siete días. Y así fue.
No es un castigo de Dios, sino una consecuencia del pecado. Olvidamos que el pecado, aun siendo perdonado, tiene unas consecuencias. Cada acto nuestro, para bien o para mal, tiene unas consecuencias de vida eterna.
Un saludo.
Gracias por compartir esta información sobre el Pecado.
Hola Kristel:
Gracias sean dadas a Dios que nos va enseñando y amando.
Un saludo.
Feliz y agradecida por encontrar esta página de mi santo Padre pío de Pietrelcina
Feliz y agradecida por encontrar esta página de mi santo Padre pío de Pietrelcina