Así le invocamos a Cristo, cuando rezamos las letanías del Sagrado Corazón de Jesús. Me han pedido que escriba algo sobre el Padre Pío. Quien me lo pide es por llevarse a engaño, pensando que yo soy capaz de este cometido. Decía santa Teresa, la nuestra, que la humildad es caminar en la verdad. Reconozco en verdad, que yo no estoy a la altura de este encargo, y lo hago más bien en correspondencia a la confianza que me tiene el demandante.

            Estamos en el mes de junio, tradicionalmente la Iglesia dedica todo este mes a honrar con cultos especiales al Sagrado Corazón de Jesús, ya que su fiesta en la inmensa mayoría de los casos suele caer dentro de este mes. En muchas partes se celebran novenas preparatorias a su solemnidad, en otras partes se rezan algunas oraciones a lo largo del mes, sus imágenes son puestas especialmente de realce… Y hay que decir que en España esta devoción es especialmente querida y vivida. Rara es la iglesia, sobre todo de antigua construcción que no tenga una imagen del Sagrado Corazón, y en muchísimas parroquias aún quedan asociaciones o cofradías que le tienen como titular y siguen fomentando entre las personas que pertenecen a esas sociedades el amor y devoción a Cristo, en este misterio de su amor.

            Podemos pensar equivocadamente que la devoción al corazón de Cristo, es una cosa de beatas, de décadas pasadas, que busca la salvación eterna por cumplir los nueve primeros viernes, como si alcanzarla fuera tan fácil…

La devoción al Sagrado Corazón no tiene como objetivo fundamental adorar un órgano fisiológico del cuerpo de Nuestro Señor. Esta devoción manifiesta una de las notas primordiales de la fe de la Iglesia, que hunde sus raíces, como no puede ser de otra manera en la revelación, puesto que subraya que: “Dios es amor”[1], lo cual queda manifestado en la encarnación y envío del Verbo encarnado a la humanidad (cfr. Jn 3,16; 13,1).  Como digo, esto nos coloca ante la definición más corta y profunda de la esencia misma de Dios, que es el amor.

            Hay un documento eclesial, que en este momento no recuerdo, que afirma que la verdadera devoción a la Virgen y a los santos, y por en ende a Cristo, consiste en la imitación de sus virtudes. Aquí es donde por la práctica que a veces se ha tenido, podemos llevarnos a engaños, pues hemos visto esta práctica devocional al Corazón de Redentor, como un cúmulo de oraciones, novenas, misas, cantos, altares bellamente ornamentados… en pocas palabras, se ha puesto el énfasis en lo externo y no en el llamado a la conversión que esta devoción exige. Con esto no afirmo que lo anterior haya de ser suprimido, ni mucho menos. Lo anterior hay que mantenerlo y orientarlo para que incida sí o sí, en una verdadera conversión personal.

            Podríamos preguntarnos, ¿a qué nos llama la devoción al Corazón de Jesús? Creo no estar en el error cuando en línea con la Sagrada Escritura afirmo que: a “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”[2]. Ya que es en el corazón donde se asientan los buenos y malos sentimientos (Cfr. Mc 7,21). Hay dichos populares que van en esta línea, v.gr. “es una persona de buen o de mal corazón”, al expresar esto estamos diciendo que esa persona tiene buenos o malos sentimientos. 


[1] 1Jn 4,8

[2] Filipenses 2,5

La verdadera conversión de la persona ha de darse en el corazón, que después evidentemente tiene sus repercusiones más visibles y concretas en los actos externos, en la conducta, en el comportamiento.

Resumiendo, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús expresa que Dios es amor he incide en una auténtica y verdadera conversión de la persona.

Fijándonos en la vida de Santa Margarita María de Alacoque, confidente del corazón de Cristo, el Beato Bernardo de Hoyos y san Pío de Pietrelcina, fueron conformando su vida hasta tener en ellos los mismos sentimientos del Corazón de Cristo. Testigo de este cambio vital fueron aquellas personas con las que convivieron. El ser beneficiarios de tantas gracias del Señor, fue un impulso inmenso para que adelantaran mucho más en el camino de perfección cristiana. El encuentro vital con Cristo siempre tiene este “plus” de configurar nuestra vida a su vida, en definitiva nos empuja a la santidad. Estos santos y cualquier otro tuvieron a Jesús como centro de su existencia, todo giró en torno a él, desde la organización de la jornada diaria con sus ocupaciones, hasta concebir su actuar, incluso en los más mínimos detalles, como una forma de parecerse cada vez a Aquel que es razón de su existencia. Permitieron que Cristo fuera rey de sus personas, actos, palabras, decisiones… Se cumplió en ellos aquello profetizado por el mismo Salvador: “cuando yo sea levantando en alto, atraeré a todos hacia mí” (S. Juan). Reinando en sus vidas, los demás fueron testigos de la influencia decisiva que la persona de Cristo tuvo en ellos, y por su forma de vivir, también consiguieron que muchos otros vinieran a la fe. Jesucristo es rey y centro del corazón de los santos, pero también tiene que ser rey centro de cada uno de los bautizados, él es “horno ardiente de caridad”[1], de Dios por el hombre, y empuja a los hombres que tienen experiencia de él, a amar a otros apasionadamente. Uno de los rasgos que adquiere el amor es la confianza entre las personas amadas. San Pío de Pietrelcina, tenía una confianza ilimitada en Dios y en su amor, así lo vivió y así invitó a vivirlo a cuantos acudieron a él. Como manifestación de esa confianza, él tenía la costumbre de rezar diariamente la coronilla al Sagrado Corazón de Jesús, en la que pedía por aquellos que acudían a él en busca de ayuda.

            San Pío de Pietrelcina nos ayuda a vivir con prácticas muy sencillas el amor de Dios, que él siendo nuestro vivo intercesor nos anime a hacer que Cristo sea centro y rey de nuestro corazón.              


[1] Letanías del Sagrado Corazón de Jesús

Autor: Un terciario OP