Padre Pío fue ordenado sacerdote en agosto de 1910. Tras su ordenación, tuvo que regresar a su casa natal por problemas de salud y obedeciendo a sus superiores permaneció en Pietrelcina durante seis años.

En Piana Romana, una zona rural de Pietrelcina, se encontraba la granja de la familia Forgione, donde el joven Padre Pío se retiraba durante horas para rezar o recitar el breviario. Fue aquí, en esta zona, donde el recién ordenado sacerdote será espectador de visiones celestiales, vejaciones diabólicas y fenómenos extraños.

El 7 de septiembre de 1910 Padre Pío estaba rezando bajo el olmo situado en Piana Romana cuando experimentó la primera aparición de los estigmas en manos y pies. Él mismo lo describió así a su superior, el padre Benedetto: “En el centro de las palmas de las manos apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También debajo de los pies siento dolor”.

Padre Pío no puede explicar ni comprender lo sucedido y esas manchas rojas le producen vergüenza, por lo que le pide a Jesús que haga desaparecer los estigmas visibles de su cuerpo. Jesús lo escucha. Las manos y los pies del fraile vuelven a estar como antes, sin señales y sin marcas, aunque el dolor no desaparece.

Fue el propio padre Benedetto, superior del fraile estigmatizado, quien le aseguró que “este hecho no significaba un abandono de Dios, sino que eran señales de su fino amor”, se trataba, por tanto, de los signos de los estigmas del Señor.

El 4 de septiembre de 1916, Padre Pío es trasladado al convento de San Giovanni Rotondo, donde comienza su vida en fraternidad y donde permanecerá hasta su muerte.

El fraile capuchino llevó en su cuerpo las cinco llagas de Cristo crucificado durante 50 años. Primero las sufrió de forma no visible, pero más tarde, quedaron impresas en su cuerpo para siempre.

Fue el 20 de septiembre de 1918, estando en oración en el coro de la iglesia, cuando Padre Pío recibe los estigmas visibles en sus pies, manos y costado. Él mismo describió lo vivido en ese instante, en una carta escrita a su director espiritual, el padre Benedetto:

San Giovanni Rotondo, 22 de octubre de 1918.

¿Qué te digo de lo que me preguntas sobre cómo ocurrió mi crucifixión?, Dios mío, que confusión y humillación siento al tener que manifestar lo que has hecho en esta miserable criatura tuya. Fue la mañana del 20 del mes pasado en el coro, después de la celebración de la Santa Misa, cuando me sorprendió un dulce sueño. Todos los sentidos internos y externos, así como las mismas facultades del alma, se encontraron en una quietud indescriptible. En todo esto hubo un silencio total a mi alrededor y dentro de mí una gran paz y abandono total. Todo esto sucedió en un instante. Entonces vi frente a mi un personaje misterioso, similar al visto la noche del 5 de agosto, pero este se diferenciaba en que tenía las manos, los pies y el costado goteando sangre. Verlo me aterrorizaba. Lo que sentí en ese instante no lo puedo explicar. Sentí que me estaba muriendo y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido para sostener mi corazón, que lo sentía saltar de mi pecho. El personaje se retiró y me di cuenta que mis pies y mi costado estaban perforados y chorreando sangre. Imagínese el tormento que experimenté entonces y que experimento continuamente casi todos los días. La herida del corazón sangra constantemente, especialmente desde el jueves por la tarde hasta la noche del sábado. Padre mío, me muero de dolor por el tormento y la confusión que siento en el fondo de mi alma. Temo morir desangrado si el Señor no escucha los gemidos de mi pobre corazón y retira estas marcas de mí. ¿Me dará esta gracia Jesús, que es tan bueno? Me quitará, al menos, esta confusión que experimento por estos signos externos? Le gritaré con fuerza y no desistiré de suplicarle, para que su misericordia me quite no la agonía, no el dolor, porque lo veo imposible, sino estos signos externos que me confunden y me humillan de una forma indescriptible e insostenible […]”.

Los estigmas del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de los pies y en el costado. Los tenía, literalmente, traspasados, y de ellos salía sangre a diario. Padre Pío se convierte así en el primer sacerdote estigmatizado de la historia.

Escrito por: MCI