Grazio Forgione, papá del pequeño Francesco Forgione (futuro Padre Pío), era un hombre inteligente, extrovertido y cordial. Dicen los que lo conocieron que le gustaba cantar y estar con sus amigos. Agricultor infatigable, se levantaba de madrugada para ir al campo a trabajar y poder así mantener a la familia y, aunque no tenía estudios y era analfabeto, tenía un corazón de poeta, lleno de una gran sensibilidad.
Sus coetáneos han asegurado que cuando trabajaba la tierra, si veía un insecto, una pequeña hormiga o una lombriz, nunca la aplastaba con el pie. Con sus manos fuertes y callosas, cogía delicadamente al animal y lo movía a otro lugar diciéndole: “¿pobre animalito, por qué debes morir?”.
El pequeño Francesco, que vio muchas veces a su padre cuidar los animalitos para no herirlos, grabó este gesto en su mente como una lección de vida y aprendió que la vida que provenía de Dios había que respetarla siempre. Y así lo puso en práctica el resto de su vida.
De niño, Francesco era curioso y vivaz. Todos los días iba al campo a pastorear las ovejas que su padre le ordenaba, acompañado de unos amigos. Mientras los animales se comían la yerba, el grupo de niños jugaba. Y uno de los juegos típicos de esa época era subir a los árboles y cazar nidos de pájaros. A veces, los niños miraban los pájaros con simple curiosidad, pero otras veces, los sacaban del nido y los llevaban a casa por pura necesidad alimentaria, aportando así algo de comida al hogar, sin que nadie condenara ese hecho como un acto impropio o una mala acción.
El pequeño Francesco, al igual que sus amigos, participaba de este juego subiéndose a los árboles; pero llegado el momento de coger el nido, lo sostenía sobre sus manos, miraba los pajaritos, se los enseñaba a sus compañeros y volvía a dejar el nido como lo había encontrado. Sus compañeros decían de él que nunca tuvo coraje para sacar los pajarillos y destruir el nido.
Cuando llegaba Navidad, al pequeño Francesco, le apasionaba crear el pesebre. Él mismo modelaba con barro las figuritas que más tarde representarían a San José, la Virgen María, el niño Jesús y los pastores. En una pequeña gruta excavada en la pared de la casa colocaba todas las figuras y le añadía lucecitas. Luces que creaba con conchas de caracoles vacíos que recogía en el campo. Después, añadía unas gotitas de aceite y un poco de estopa a las conchas y las colocaba por todo el pesebre. Por supuesto, el encargado de vaciar los caracoles y limpiarlos era Luís Orlando, amigo de la infancia del futuro Padre Pío, porque una vez más, el pequeño Forgione era incapaz de matar a un animal.
Siendo ya fraile capuchino en el convento de San Giovanni Rotondo, vivió algunos episodios relacionados con los animales que no dejaron indiferentes a quienes lo acompañaban a diario.
Cuenta Emanuele Brunatto, hijo espiritual de Padre Pío, que una tarde estaban en el huerto del convento jugando una partida de petanca y sucedió algo insólito: “Padre Pío tenía su forma característica de jugar, a causa de los estigmas, pero era el jugador más valorado. A veces, como una travesura infantil, hacía trampas con el pie. Esa tarde, lanzó una bola con gran fuerza y justo en ese momento se cruzó un gato en la trayectoria que llevaba la bola. En el mismo instante en que el gato iba a ser golpeado, la bola se detuvo en el aire y luego cayó a su lado. Padre Pío salvó la vida del gato”.
Padre Pío siempre puso en práctica lo que el evangelio decía sobre el amor y la caridad. “Él tenía un corazón bueno, – afirmaba fray Marciano Morra, hermano de fraternidad de Padre Pío-, sonreía con un simple gesto de dulzura, estaba atento a cualquier acto de amor, aunque fuese pequeño y delicado. Incluso cuando alguien le ofrecía un simple caramelo, él lo aceptaba con amor”.
Padre Marciano Morra, que convivió 20 años con Padre Pío en el convento de San Giovanni Rotondo, contó la siguiente historia:
“Incluso el perro que teníamos en el convento sabía que Padre Pío lo quería mucho. Era un pastor alemán realmente peligroso, siempre lo teníamos atado a la cadena. Por las noches lo soltábamos para que guardara las puertas de entrada al convento y el jardín. El animal, una vez que se veía liberado de la cadena, subía corriendo al primer piso y arañaba con su pata la puerta de la celda de Padre Pío. El fraile estigmatizado abría la puerta, acariciaba al animal y le daba una galleta, después le decía: `ahora ve y haz tu trabajo, que es vigilar el jardín´. El perro se iba veloz y obedecía a las palabras de Padre Pío.
“Padre Pío tenía un corazón de oro”, resume Padre Marciano. Él entendió, desde niño, el respeto por la naturaleza y aprendió a amar a toda criatura creada por Dios.
Casa natal del Padre Pío:

Emanuele Brunatto:

Padre Pío y Padre Marciano:

Escrito por: MCI
Todo El era la perfección misma. Por eso el diablo le tenía envidia. Y algunos personajes de la Santa Iglesia de aquellos años TAMBIEN. PAZ Y BIEN
MARAVILLOSO…COMO EL SANTO, AHORA, PADRE PIO REFLEJABA EL AMOR DE DIOS..EN EL PROJIMO…EN LA NATURALEZA Y EN LOS ANIMALES….TODO CREACION DEL PADRE MISERICORDIOSO Y ASI TENEMOS NOSOTROS TAMBIEN QUE HACERLO…!