Cuando tenía 7 años, tuve una enfermedad grave que se convirtió en una aventura entusiasmante para mí, porque estuve con el Padre Pío. En cambio, para mis padres fue un drama.

Un día estaba en la escuela y me dio fiebre, ese día empezó mi increíble viaje.

Yo estaba en el Cielo, o sea en otro mundo, pero esto lo comprendí después. Me vi con el Padre Pío y los ángeles en un hueco redondo, primero blanco y después era como una televisión. Yo estaba delante de aquel agujero, junto a las máquinas que hacían `bip-bip´. Pero mi alma estaba con Padre Pío.

Cuando el agujero se convirtió en una televisión, vi al Padre Pío y los ángeles que me daban la mano. Los ángeles eran grandes y bellísimos, uno blanco con las alas amarillas y dos rojos con las alas blancas, en vez de cabezas tenían fuertes rayos de luz. No sentía ni calor ni frío, ni hambre ni sed y no me importaba nada ni nadie.

Padre Pío me dio la mano derecha y me repetía: “Mateo, no te preocupes, te curarás muy pronto”. Sonreía y me miraba. Tenía la barba blanca, el hábito marrón y sus palabras y su rostro me tranquilizaban. Lo extraño fue que yo no pensaba en nadie de mi familia, no buscaba a ninguno, estaba bien, no necesitaba nada. Yo estaba vestido de blanco, con ropa larga hasta los pies y estaba descalzo.  De pronto, Padre Pío y yo estábamos volando y llegamos a Roma. Entendí que era Roma porque pasamos por encima del parque de atracciones, donde ya había estado con mi tío Juan.

Entramos en un hospital de Roma atravesando una ventana, como los fantasmas. Vimos un niño rígido, que estaba en la cama. Padre Pío me dijo (con el pensamiento no con la boca porque estábamos muertos): “¿quieres curarlo tú?”, “¿y cómo se hace? -le pregunté asombrado-. Me respondió: “¡Con la fuerza de voluntad!” y así, alargando las manos sobre él, lo curamos.

En ese momento vi a los doctores en la otra habitación a través de una pared que era una gran puerta de vidrio y estaban hablando de ese niño. Padre Pío y yo nos fuimos de allí y volví a mi cama.

Poco después desperté y quise que Padre Pío me cogiera de la mano (quería también un refresco de Coca Cola). Cuando todos supieron que desperté vinieron donde estaba: mi madre, mi padre, mi tío Nicolás y mi tío Juan, y los médicos de la reanimación.

Los veía a todos desenfocados y no entendía qué estaba sucediendo, por qué me encontraba allí y por qué Padre Pío no estaba con nosotros. ¡Quería pedir tantas cosas a mi madre!, pero no podía hablar, tenía un tubo en la garganta.

Me trajeron la Televisión, la play-station, de hecho fuí el primero en tenerla. Estuve muy malo, pero poco a poco todo se fue solucionando.

El día que salí del hospital, mi madre y mi padre junto a mis compañeros de colegio, con las otras madres y los maestros, me organizaron una bonita sorpresa: todos me esperaban junto a la casa con banderines, globos y confeti.

Esto que me pasó fue una enseñanza, porque me hizo entender que hay que creer en el Cielo, (yo fui allí) y hay que ayudar a los demás como me enseñó el Padre Pío al sanar a ese niño, que aún no sé quién es…

¡Esta fue mi increíble aventura!

Matteo Pío Colella