Estimados Amigos de Padre Pío,
¡Paz y bien!
Es curioso que nacimos con la inocencia y expectativas de niño, las cuales son necesarias a introducirnos al Reino de Dios, y luego lo perdimos con mucha tristeza. La realidad de este mundo con todas sus imperfecciones echa en cara nuestra ingenuidad. Nuestros planes considerados y sueños buenos e inocentes por el bien de nosotros mismos, nuestros prójimos y por el bienestar de todo el planeta de repente son objeto de burla y desprecio. ¡Quién no va a sentirse decepcionado, amargado y enojado a causa de estos deseos presentados y luego descartados! Casi a la fuerza estamos sometidos a los criterios mundanos para nuestra propia sobrevivencia en este ambiente turbulento de lo material y temporal. ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿También él será nada más que un sueño de niño o una vana idealización? Así entramos en una prueba de fe de la cual no todos salen sin heridas.
Padre Pío sabía por experiencia las decepciones del mundo, sus ilusiones y sus burlas. Muchos de sus hijos e hijas espirituales se encontraron decepcionados con las circunstancias de su vida al no saber cómo recuperar su sentido ni cómo orientarse de nuevo a Dios. Parece ser esto el caso de su hijo espiritual, Luis Bozzuto, que se siente decepcionado y frustrado ante su inhabilidad de realizar sus planes y buenas intenciones. Sufre la herida de decepción de la vida y casi entra en una crisis existencial. Padre Pío le acoge y lo orienta de nuevo en su camino. Sus consejos a él se encuentran en su carta a Luis fechada el 25 de noviembre de 1917. Padre Pío comenta:
Nuestra vida terrena se va muriendo poco a poco en nosotros; de igual modo es necesario hacer morir en nosotros nuestras imperfecciones. Imperfecciones, es cierto, que para las almas piadosas que las sufren, pueden ser también fuentes de mérito y motivos poderosos para adquirir virtudes; porque, a través de esas imperfecciones, conseguimos conocer cada vez mejor el abismo de miseria que somos; y ellas nos impulsan a ejercitarnos en la humildad, en el desprecio de nosotros mismos, en la paciencia y en el esfuerzo.
Hijo mío, yo no sé qué impresión producirá en tu alma esta pobre carta, pero todo lo he escrito al pie del crucifijo. He sentido muy fuerte en mi corazón el impulso a escribirte lo que te he escrito, porque he juzgado que una gran parte de tu mal pasado ha estado motivada por haber hecho grandes proyectos y, viendo después que los resultados eran pequeñísimos y que las fuerzas eran insuficientes para poner en práctica aquellos deseos, aquellos planes y aquellas ideas, fuiste atormentado por angustias e impaciencias, inquietudes y turbaciones de la mente y del corazón. De aquí nacieron en tu corazón todas aquellas desconfianzas, languideces, ruindades y faltas. Y si todo esto es verdad, como por desgracia lo es en realidad, sé más prudente de aquí en adelante, camina pisando tierra, porque el alto mar te produce vértigos y te provoca mareos.
El comentario sigue: notamos cómo Padre Pío resignifica la situación de Luis. En vez de entrar en el contexto del mundo en el cual no hay remedio, Padre Pío coloca los eventos y frustraciones de Luis como oportunidades de practicar virtudes y de autoconocimiento. Esto en turno, provoca humildad en Luis y una abertura de acoger la gracia y misericordia de Dios en el momento presente. Padre Pío no rechaza los buenos deseos de santidad que tiene Luis, más bien los pone en espera hasta que se complete lo más necesario en el presente. Corremos el riesgo de tropezarnos en el presente corriendo tras el futuro.
Nuestros sueños de niño no fueron en vano. Son chispas de luz que nos han orientado más allá que la realidad de lo material y temporal. Pero no por eso fueron meramente imaginarios. Nos presentaron en una forma digestible a un niño el encanto de ser feliz. Jesús proclama la realización de esta felicidad en su Reino. La ilusión de pertenecer a esta utopía nos seduce a tomar pasos más grandes y rápidos que nuestra capacidad permite. En el curso de nuestro caminar hacia allí, aprendemos que no podemos hacer nada sin Jesús y es esta participación con él en todo lo que hacemos que nos coloca en su Reino y es nuestra santificación, o sea, el principio de la vida eterna.
En fin, el buen consejo es que reconozcamos que nuestro Padre nos da nuestro pan de cada día. Este pan no es solamente el Pan santificado en la Eucaristía, es también lo que nos toca enfrentar y asimilar en los acontecimientos de cada día. La digestión de los eventos de hoy nos prepara para los de mañana. Y así, sucesivamente nuestro Padre anda guiándonos y preparándonos caminar con él en el amor que engendra vida.
Tu hermano en Cristo Jesús,
Fray Guillermo Trauba, capuchino