Reina del santo Rosario, así invocamos a la Virgen en el rezo de las letanías lauretanas. La Iglesia honra a santa María, con esta oración, tan querida como pedida por ella misma en las apariciones de Lourdes y de Fátima.
El Papa san Juan Pablo II, escribió una carta[1] para recuperar y fomentar el rezo de esta oración mariana; os animo a que la leáis, os ayudará a descubrir la belleza y riqueza que encierra esta oración tan sencilla como popular.
Además, el mes de octubre, tradicionalmente está dedicado al rosario, en él se festeja su fiesta, hasta hace unos años se celebraba el primer domingo de dicho mes, y con la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, se trasladó al día 7. El motivo es la victoria alcanzada por las tropas cristianas, sobre la armada del imperio otomano, en el lejano año del Señor de 1571. “La liga santa”, combatió con bravura, pero el pueblo cristiano, convocado por el Papa Pío V, de la Orden de Predicadores, había organizado el rezo de un rosario público el día de la batalla naval en la basílica de Santa María la Mayor; aquí se cumplió el dicho español, “a Dios rogando y con el mazo dando”. La oración acompañó la batalla y tuvo como fruto la victoria.
Esta oración, a la que muchos critican por la repetición de las cincuenta avemarías llegando a calificarla como aburrida y monótona, está lejos de ser valorada correctamente. Puedo afirmar que es una oración mariana, bíblica, cristológica y contemplativa.
Oración mariana ya que el enunciado de cada uno de los veinte misterios, van seguidos de diez avemarías. “Es el elemento más extenso del rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia”[2]. Hay otra razón por la que el rosario es una oración mariana, y es que cada una de las escenas evangélicas, que son como retazos preciosos de la vida de Cristo en las diferentes etapas de su existencia: infancia (misterios gozosos), vida pública (misterios luminosos), pasión (misterios dolorosos) y, vida nueva (gloriosos), han de ser comprendidas desde la perspectiva de María, su Madre. Quién mejor que Ella, para contemplar con ojos maternales la infancia del Hijo de sus entrañas; también Ella ha de contarse como la primera discípula de Cristo, aunque no se nos diga que le sigue por los caminos de Palestina, como sí lo hicieron los apóstoles, sin embargo, nada de lo vivido por su Hijo, le fue ajeno. Una madre siempre está pendiente de todo lo que vive el hijo, María lo siguió más con el corazón que con el cuerpo.
Quien ha visto la película de “La Pasión”, ha podido comprender el papel tan importante que tuvo la Virgen en aquellos momentos cruciales de la historia. No es la mujer que sufre desde lejos la suerte de Jesús. Está en un segundo plano, pero está presente, Él es “carne de su carne y, corazón de su corazón”. Nunca le abandonó, y en la pasión mucho menos, la vemos presente en la flagelación, en la calle de la amargura, y en la crucifixión. Finalmente, desborda de júbilo por el triunfo de su Hijo sobre la muerte, contemplándole resucitado, ascendiendo al cielo, y como fruto granado recibe en Pentecostés al Espíritu, que su propio Hijo envía desde el Padre.
Oración bíblica por las oraciones que se rezan, ya sea el padrenuestro y la primera parte del avemaría, pero también porque los misterios en su gran mayoría están sacados de los relatos evangélicos.
El rosario es una oración cristológica. Esta afirmación nos puede llamar la atención, ya que al rezarse “a” y “con” María, pensamos que es una oración cien por ciento mariana. Sin embargo, cada uno de los misterios que se contemplan tienen una carga muy grande de la presencia de Cristo, basta con repasar mentalmente cada uno de ellos, y salvo los tres últimos misterios gloriosos, en los que no hay una referencia explícitamente cristológica, los otros diecisiete sí la tienen. El papa san Pablo VI afirmaba al respecto: <<Oración evangélica centrada en el misterio de la encarnación redentora, el rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del “Dios te salve, María”- se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del ángel y del saludo de la Madre del Bautista: “Bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave María constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen>>[3].
Oración contemplativa, esta es otra de las características propias del rosario, sin ella, dicha oración, “es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de de convertirse en mecánica repetición de fórmulas…”[4]. Mientras desgranamos las avemarías, hemos de ir reflexionando con un ritmo tranquilo los distintos misterios, contemplándolos con los ojos de Aquella “que guardaba todo en su corazón”, con el fin de meditarlo.
Todo esto que ha sido descrito, el padre Pío de Pietrelcina lo descubrió y lo vivió, encontrando en el rezo asiduo del santo rosario, un “auténtico camino de santificación”. Al respecto, leemos en su biografía: <<El padre Pío era un hombre de Dios. Rezaba por quien no rezaba. Apenas comía ni bebía. Llevaba siempre en la mano el santo Rosario, su arma más poderosa contra el enemigo, la cual empleaba sin descanso. Llegaba a rezar quince o veinte rosarios completos al día (de 150 avemarías cada uno). Él decía: “Haced amar a la Virgen. Ella os escuchará. Rezad el Rosario todos los días y Ella lo pensará todo”. Una vez el superior le preguntó cuántos rosarios rezaba al día. Y él, obediente hasta la sepultura, le respondió: <<Bueno, a mi superior debo decirle la verdad: he rezado treinta y cuatro>>.
Guardaba rosarios por todas partes: bajo la almohada, en la mesilla de noche, en los bolsillos… Una tarde, estando enfermo en la cama, no encontraba el suyo, exhortó al padre Honorato de san Giovanni Rotondo: <<¡Muchacho, búscame el arma!, ¡dame el arma!>>.
Al obispo italiano Pablo Corta, le dijo sonriente: -¡Para entrar en el Paraíso se requiere algo muy importante! Hay que contar con el billete de acceso a la Santísima Virgen. Si esto se logra, lo habremos conseguido todo. Ella es la Puerta del Cielo. El billete que te permite ingresar en el Paraíso es el Santo Rosario. ¡Qué instrumento tan eficaz el Santo Rosario…![5].
Lo narrado es sólo un botón de muestra, de la gran devoción que san Francisco Forggione tenía a la Virgen, y del gran apego al rezo del santo Rosario, verdadera cadena que estrecha la tierra con el cielo. “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte…”, si se lo pedimos a diario mientras vivimos, nada hemos de temer en el momento supremo de la existencia. Ella vendrá en nuestro socorro, y en el mismo momento que cerramos los ojos a este valle de lágrimas, los abriremos para contemplar a “Jesús, fruto bendito de (su) vientre”.
Escrito por: UN TERCIARIO
[1] SS Juan Pablo II, Rosarium virginis Mariae, 16 de octubre del 2002
[2] Ibídem, nº 33.
[3] Exhort. Ap. Marialis cultus (2 de febrero de 1974) 46: AAS 66 (1974) 155.
[4] Ibídem, 47.
[5] Jose´María Zavala, Padre Pío. Los milagros desconocidos del santo de los estigmas. Ed. Libros Libres, España, 2010