LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS (Gálatas 6, 14-18):
Hermanos: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios. En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos.
Amén.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (Mateo 11, 25-30)
En aquel tiempo exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se lo has rebelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
REFLEXIÓN EN TORNO A SAN PÍO DE PIETRELCINA, EN EL DÍA DE SU FIESTA
“Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”[1]. Con estas palabras se abre el pasaje del apóstol san Pablo a la comunidad cristiana de Galacia, proclamado en esta liturgia. Asistimos a una confesión personal del apóstol de los gentiles. La Cruz del Señor abrazada libre y voluntariamente por san Pablo, al ser alcanzado por la Gracia en el camino a Damasco, ha puesto fin a todo su pasado y le ha colocado ante un futuro totalmente novedoso y apasionante. En la cruz de Cristo, ha sido crucificado todo lo que se opone al plan de Dios, en el decir del catecismo antiguo: el demonio, el mundo y la carne. Cristo se convierte en la razón última de la vida de san Pablo. El apóstol llega a una identificación profunda con el Señor, asegurando que lleva en su cuerpo sus mismas marcas.
El pasaje evangélico corresponde a un momento de profunda intimidad de Jesús con el Padre, el Hijo hace una oración de acción de gracias, el motivo es el conocimiento de los misterios del Reino, que su Padre Dios, concede a los que son sencillos. San Pío de Pietrelcina, ha de contarse en el grupo a los que les fue revelado de una manera excepcional los misterios del Reino.
Llama la atención la invitación que Jesús hace al final del pasaje: <<Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón>>[2]. “¿En qué consiste este <<yugo>>, que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia? El <<yugo>> de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (Cf. Jn 13,34; 15,12). El verdadero remedio para las heridas de la humanidad, es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios”[3].
Todos los santos son expertos en caridad, el padre Pío también. A nadie guardó rencor y a todos disculpó, a pesar de que le hubieran herido profundamente. Creó la institución hospitalaria “casa alivio del sufrimiento”, como expresión de preocupación por la persona enferma y necesitada, la realización de dicha obra se debe a la colaboración de limosnas de gente de cualquier condición y región del mundo, que aunando su aportación económica en esa obra benéfica expresa lo más genuino de la fe cristiana, que tiene el matiz de la caridad. La caridad es el mejor termómetro de la fe cristiana.
Celebramos hoy a san Pío de Pietrelcina, “que sigue haciendo más ruido, muerto que vivo”. Un santo sumamente atractivo para infinidad de gente. Muchos han procurado conocerle por distintas motivaciones: por curiosidad, porque otros han hablado sobre él, por casualidad,… lo cierto es, que una vez que entras en contacto con su persona te cautiva.
Todos los santos reproducen y acentúan los distintos rasgos de la personalidad riquísima que tiene nuestro Señor; en el caso de san Francisco Forggione se pone de manifiesto una configuración particular con el misterio del crucificado no sólo porque durante cincuenta años, por pura gracia de Dios, estuviera marcado con los estigmas, eso fue lo más visible y espectacular. Lo exterior es muestra de todo un proceso interior que san Pío vivió a lo largo de toda su existencia. Cómo no recordar y poner en su justo valor, la cruz de la incomprensión a lo largo de toda su vida, quienes en ella le crucificaron fueron hermanos de hábito y jerarcas de la Iglesia; las calumnias que contra su persona se vertieron acusándole, evidentemente, de cosas falsas; las constantes y duras luchas mantenidas contra el mismo Satanás, sus biógrafos así lo testifican; sus propias noches oscuras o momentos de desierto espiritual, en que experimenta la soledad, el abandono, y el silencio de Dios. Todo esto y mucho más, constituye una amalgama de circunstancias que le hacen probar en primera persona la cruz de Cristo, una cruz que se prolonga a lo largo de toda su vida, convirtiéndolo en “alter Christus”.
Desde ahí podemos entender que la Palabra de Dios proclamada ha sido especialmente vivida por san Pío de Pietrelcina. Volvamos a escucharlas, no perdiendo de vista su vida y obra: “Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo… yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”.
Francisco Forggione nunca buscó su gloria personal, aunque estuviera en una situación especialmente privilegiada para ello, por el contrario, toda su vida fue una referencia a la persona de Jesús. Los santos siempre son así, nunca se arrogan las gracias divinas como si fueran “dones personales”, pudiendo llevar a los hombres al error, haciéndoles pensar que son ellos los importantes; al contrario, todo lo refieren a Cristo. En definitiva, nunca alejan a los hombres de Cristo, sino que los llevan a Cristo.
El padre Pío, se autodefinió diciendo “sólo soy un fraile que reza”. Quienes hemos leído biografías o visto material documental, recordamos la importancia que tuvo la oración en su vida. Esa importancia no se quedó en mera enseñanza que él inculcó en sus predicaciones, sino que de la palabra pasó a los hechos: rezó y enseñó a rezar, ahí están los grupos de oración, creados por él; numerosos testigos oculares sostienen que pasaba largas horas de oración, ya fuera en su celda, ya en el coro de la comunidad. La oración es la fragua donde Dios forma a las almas santas. Sin ella es imposible que su gracia actúe misteriosa y eficazmente. Quien se cierra a la oración, cierra la puerta a la acción de Dios.
Hoy, la figura de san Pío se nos propone como modelo, para hacernos más cercana la santidad, que debe ser la finalidad de todo hombre, quien no la alcanza ha errado en el camino de la vida. Mirándole a él, nos damos cuenta que lo que Dios nos regala está a nuestro alcance. La santidad es vivir a Dios en el aquí y en el ahora, no sólo esperar gozarlo en el más allá. En el más allá lo gozaremos en plenitud sin los velos de la fe, cara a cara, pero es una consecuencia lógica de haberlo vivido y experimentado en el más acá.
A la luz de la Palabra proclamada y del testimonio del padre Pío, hemos de dejarnos interpelar, ¿qué lugar ocupa la cruz de Cristo en mi vida? ¿La rehuyo, o la asumo con profunda fe, sabiendo que sin ella no se llega a la gloria de la resurrección? ¿Qué lugar tiene la oración en mi vida? ¿En qué hago consistir la oración? ¿Cuánto rezo? ¿Cómo rezo?
Que san Pío de Pietrelcina, siga siendo una guía luminosa para cada uno de nosotros, en el camino de la santidad, ese anhelo profundo de Dios que habita en el corazón de todo cristiano.
[1] Gal 6,14
[2] Mt 11,29
[3] SS. Benedicto XVI, Ángelus, Plaza de san Pedro, 3 de julio de 2011
Mi Padre Espiritual