A principio del verano de 2021 me propuse releer el libro/testimonio de padre Pierino, “Padre Pío, mi padre”. Ya lo había hecho tiempo atrás y me había gustado mucho, estaba convencida de que me sería de ayuda llevarlo fresco para los ejercicios espirituales que íbamos a tener con él a finales de agosto, en san Giovanni Rotondo.


Empecé con gran interés y deseo de profundizar en todo aquello que padre Pierino relata sobre su experiencia de 21 años junto a padre Pío, pero no pasé de la página número 3. Me quedé clavada en una frase: “cada encuentro (con padre Pío) nos sumergía en la verdad”.
Las anteriores ocasiones en que había leído el libro no había reparado en esta frase, tan breve, tan sencilla y tan cierta.


Padre Pierino tiene el don de ser extraordinariamente concreto. Siempre va directo al meollo de cada cuestión y sintetiza cada mensaje de un modo sorprendente. En este caso había resumido en muy pocas palabras lo que tanto me atrae de padre Pío y que, seguramente, yo no hubiera conseguido nunca explicar tan bien.
Una inmersión en la Verdad, ni más, ni menos.
En tiempos en los que el relativismo se apodera de todos los ámbitos, cuando la ambigüedad y los discursos aguados (por decirlo suavemente) son la tónica habitual, lamentablemente también en la Iglesia, padre Pío nos sumerge en la Verdad, con sus palabras, con su testimonio de vida.


Su obediencia a la autoridad, en la que siempre veía la voluntad de Dios, su amor incomparable a la Iglesia, su sufrimiento a causa de injusticias, difamaciones, males físicos y tormentos espirituales…. Todo en él nos lleva a Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Quienes hemos vivido una conversión siendo ya adultos y después de muchos años de vagar por el mundo de mentira en mentira, de decepción en decepción, de vacío en vacío, en definitiva, de pecado en pecado, queremos oir la verdad; necesitamos, es más, exigimos, que se nos hable desde la verdad. Estamos cansados de mentiras, de mundanidad ¡ya tuvimos suficiente!


Existe el engaño de creer que la verdad hay que esconderla o endulzarla para no herir sentimientos. Creo que quien así piensa no ha conocido a Dios, no ha tenido experiencia del amor de Cristo. ¿Por qué digo esto? Pues porque la experiencia de la misericordia y el amor de Dios va siempre acompañada de ese cara a cara con la Verdad, con el mismo Jesucristo.


Dios no tiene reparo en permitir que confrontemos nuestra vida de pecado con la Verdad, por mucho que duela, porque siempre, siempre, en esta experiencia dolorosa está Su mano tendida y el aceite de Su perdón para suavizar las heridas que nos deja este combate espiritual.
Por eso no hay verdadero amor a Dios y al prójimo cuando la Verdad se disfraza por miedo a herir al otro. No hay conversión sin sufrimiento.


Padre Pío era muy claro en esto. Siempre ponía ante el penitente toda la crudeza y fealdad de sus pecados porque sabía que era necesario que el alma sufriera esa humillación para poder levantarse con un verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda. Estos son necesarios para ser perdonados. Como dijo un día mi hija, con solo 5 años: Jesús perdona siempre, pero solo si te rindes. Lo había entendido a la perfección, con la sencillez de los niños.


No caigamos en la tentación de utilizar a padre Pío para criticar o arremeter contra la Iglesia. No olvidemos que no habido en la historia reciente otro santo tan calumniado, perseguido, insultado e injustamente tratado por la Iglesia como él y jamás se le escuchó ni una sola crítica, ni queja, ni reproche, jamás.


Consciente de la debilidad humana y de la acción del maligno, que de ella se aprovecha, sufrió y rezó en el silencio de su celda y ofreció hasta la última gota de su sangre por la Iglesia, a la que tanto amó.


Si nos decimos sus hijos, hagamos lo mismo.
Busquemos el aroma de la Verdad y dejemos que embriague nuestras almas. Presentémosla sin miedo al mundo, que tanta necesidad tiene de ella. Aceptemos, abracemos y ofrezcamos el sufrimiento que nos viene cada día, como padre Pío nos enseña, para bien de la Iglesia y de los hombres, a mayor gloria de Dios. Amen.


Escrito por: Maria Dolores Álvarez
Laica asociada al Instituto Secular de los Siervos del Sufrimiento.