«El destino de las almas elegidas es el sufrir». – San Pío de Pietrelcina
El tema de la eutanasia tratado en el artículo pasado, es demasiado amplio y complejo como para poder despacharlo en dos simples páginas, por eso, lo que hoy día facilito al lector, es una nueva entrega que quiere ser continuación de la anterior. La coordenada para leerlo a la luz del Padre Pío, no olvidemos que estamos dentro de una página de Internet especialmente dedicada a él, que tiene como objetivo darle a conocer; no puede ser otra que la fe cristiana católica que él siempre vivió, le orientó y predicó en sus enseñanzas.
Basta recordar que esa fe católica se apoya en la revelación divina del respeto más absoluto a la vida humana. En el artículo anterior se afirma que el valor sagrado de la existencia humana se encuentra en el origen y en el término de la misma, que no son otro que Dios mismo. “No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera… Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza; más por envida del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen”[1].
En el transcurro de la revelación divina, este valor de sacralidad de la vida humana, el mismo Dios lo refrenda en distintas partes de la Sagrada Escritura, v. gr. el fratricidio de Caín contra Abel, en cuyo suceso el mismo Dios pide cuentas al homicida: “¿Qué has hecho? (…) La sangre de tu hermano clama a mi desde el suelo” (Gén 4,2-16); en el decálogo leemos “No matarás” (Ex. 20,13); Jesucristo abogaría al antiguo decálogo ampliando su interpretación (cfr. Mt 5,21 y ss).
Uno de los elementos que une a los hombres de todos los tiempos y culturas de una manera indiscutible, es el hecho de la dignidad personal que se obtiene por el don de la vida, sin embargo éste queda pisoteado y destrozado cuando con la mala invocación como “derecho de la persona humana” se asesina en el seno de la madre al niño, o se favorece la eliminación del hombre con la eutanasia. En el artículo anterior definí lo que significa el término “eutanasia”. La valoración moral de ese acto es siempre inaceptable.
Traigo a colación el posicionamiento claro y sin paliativos que la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe hizo sobre este acto fratricida que supone siempre la eutanasia: “Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre”[2].
Donde los gobiernos y las personas hemos de invertir medios económicos, sanitarios y tiempo es en el cuidado de la vida humana en los momentos más frágiles de la existencia de la persona. Esa respuesta que se orienta siempre al cuidado de lo frágil, es la nota distintiva que aporta la fe cristiana.
Muchas veces los gobiernos juzgan el valor de la vida con criterios meramente productivos. No somos más que frías cifras que trabajamos, que estamos en el paro, o ya jubilados. Mientras la persona produzca y produzca mucho, se debe valorar. Una vez que la persona ha entrado en la etapa de la jubilación, vejez, y no digamos si estamos afectados por una enfermedad incurable, nos convertimos en cifras desechables. Esto suena muy feo y fuerte reconocerlo y decirlo.
Para que moralmente sea aceptado el “matar al otro”, disfrazamos con una terminología lingüística (muerte digna) y revestimos como derecho la eliminación, esto es muy importante SIN DOLOR, siempre sin dolor, pero ELIMINACIÓN, de personas disminuidas, enfermas o moribundas. “En la raíz de cada violencia contra el prójimo (y la aplicación de la eutanasia es una forma de violencia) se cede a la lógica del maligno, es decir, de aquel que <<era homicida desde el principio>> (Jn 8,44)[3].
Hay páginas de la Sagrada Escritura que se repiten inexorablemente, el fratricidio de Caín contra Abel, es una de ellas. Desde esa clave podemos entender el aborto y la eutanasia, el hermano mata al hermano. La rebelión del hombre contra Dios, que supuso el pecado original, tiene como consecuencia la lucha mortal del hombre contra el hombre. Para encubrir aquel asesinato del que Dios pide cuenta a Caín, este elude la respuesta de una forma arrogante: <<No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?>> (Gén. 4,9). Trata de encubrir la realidad del delito cometido. Eso mismo “ha sucedido y sigue sucediendo cuando las ideologías más diversas sirven para justificar y encubrir los atentados más atroces contra persona”[4].
No cabe que actualmente estamos ante una mentalidad de muerte que se ha instalado en muchas sociedades, la española es claro ejemplo de ella. Quienes hoy detentan el poder están haciendo una transformación total de sociedades asentadas en valores evangélicos, cambiándolos por antivalores aunque les den calificativos o nombres de valores o derechos. La suplantación errónea de términos lingüísticos tiene como consecuencia gravísima la pérdida, en la conciencia colectiva, del carácter de delito asumiendo paradójicamente el de derecho, con lo cual se llega al reconocimiento legal[5] de la eutanasia. Nunca matar legalmente ha salido tan barato, esto mismo se aplica a la realidad del aborto.
El contexto histórico y social que nos toca vivir a los cristianos es muy difícil, por lo hostil que se vuelve todo en contra de la fe. Pero estoy convencido que es un período apasionante, la respuesta ante tantas situaciones humanas que por más que quieran justificarlas como algo modernas y progresistas, nunca lo serán, pues todo lo que atente contra la dignidad de la persona humana es un retroceso; la tiene la fe cristiana, siempre y cuando la Iglesia sepa mantener firme la doctrina.
Hoy, por entrar en diálogo con el mundo, se corre el riesgo de desvirtuar la propuesta novedosa y exigente de la fe católica. Nunca la Iglesia ha sido más atrayente que cuando ha sabido ofrecer en toda su realidad la doctrina de Cristo, aunque haya tenido que ir contra las ideologías reinantes. También es cierto, que la Iglesia nunca será más insignificante que cuando renuncie a la fe por un mal entendido diálogo con el mundo, adopte la ideología del mismo. La Verdad que propone la Iglesia es a Jesucristo, y esta es perenne, no pasa con el tiempo, ni se amolda al pensamiento de las mayorías, ni obedece a los dictados de políticas gubernamentales ateas o masónicas. El mejor servicio que presta la Iglesia es desvelar con toda crudeza la dignidad de la persona que haya su origen en Dios y ha sido revelada esclarecidamente en Jesucristo, el hombre nuevo.
Como cristianos nos toca a tener valentía, para defender el “evangelio de la vida”, recordando que Cristo ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. De la misma forma que los hijos de las tinieblas tienen la astucia y desparpajo de proponer e imponer sus ideas, los hijos de la luz tenemos que tener la fuerte suavidad de contraponer la respuesta de aquel que venció al mundo, aunque este quedó engañado pues pensó que le había matado y eliminado para siempre, nosotros sabemos que el que murió es el resucitado. A la propuesta de la muerte digna, solo cabe la respuesta de una vida digna.
- UN TERCIARIO OP.
[1] Sab 1,13-14; 2,23-24
[2] Cf. Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, Decl. Iura et bona: AAS 72 (1980) 542-552
[3] San Juan Pablo II, Evangelium vitae, nº 8.
[4] Idem
[5] Cfr. Ibidem, nº 11
LEE LA TERCERA Y ÚLTIMA PARTE DE ESTA REFLEXIÓN SOBRE EL PADRE PIO Y LA EUTANASIA: «CONTRA LA PROPUESTA DE LA MUERTE SE ALZA LA VIDA«