“Todos los santos comenzaron su conversión por la oración y por ella perseveraron; y todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. Dido, pues, que la oración nos es absolutamente necesaria para perseverar”[1]. Este fue un tuit que leí hace unos días y que he elegido para abrir este artículo en torno a la oración.

No hay santo en la vida Iglesia que no haya vivido de la oración y para la oración, incluso los de vida activa, muy activa. El día 5 de septiembre celebrábamos a santa Teresa de Calcuta, lo que más sobresale en ella es una vida entregada, de servicio a Jesucristo en los necesitados. Si sirve a los mas desfavorecidos y descubre en ellos a Cristo, es porque su vida activa estaba firmemente respaldada por momentos diarios, prolongados y profundos de oración.

            La verdad es que mucho se ha escrito en torno a este tema, y es tan amplio, que mucho se puede seguir escribiendo. Otra cosa es la práctica diaria del mismo. Estas líneas se sumarán, por tanto, a los escritos del mismo, ojalá que quienes se acercan a ellas les sirvan para mejorar su vida espiritual.

            Vamos al Catecismo de la  Iglesia Católica en su parte IV que es la recoge el tema de la oración. A este documento seguro y oficial elegimos como una fuente segura de exponer parte de  la oración. El Catecismo parte haciendo la pregunta obvia: ¿qué es la oración? –  “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto en medio de la prueba como en la alegría”[2], es la respuesta que ofrece una doctora de la Iglesia, como es santa Teresita.

            El corazón del hombre, de una forma innata busca a Dios. No hemos sido creados por la finitud y para la finitud. Nuestro origen se encuentra en Dios y nuestro destino último tiende a Dios. “Todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de hombres (Cfr. Act 17,27)”[3], vemos por lo tanto que, la sed de Dios es universal. El mismo Dios es quien pone en el hombre la necesidad de lo divino. La oración no deja de ser la respuesta del hombre a Dios, ese ámbito en que se encuentra lo divino con lo humano, donde lo humano lejos de ser anulado por lo divino, se plenifica y se humaniza aún más.

            Todo el Antiguo Testamento está plagado de personas que son grandes orantes: Abraham, Moisés, David, Elías y los profetas; como también está repleto de momentos de oración; de lugares que son privilegiados para la oración, como es la misma creación, la tienda del encuentro, el templo de Jerusalén, los altozanos, los montes,… el mismo pueblo de Israel, es un pueblo orante, demostrándolo en el culto sinagogal, las asambleas litúrgicas que se reúnen para celebrar las grandes fiestas religiosas, los sacrificios de animales que inmolan a Yahvéh,…

            Jesús, miembro de este pueblo judío, es heredero de todas estas tradiciones religiosas, por eso el evangelio nos relata distintos momentos en que él mismo ora y nos enseña a orar. Sin hacer un elenco exhaustivo de esos episodios, menciono alguno a modo de recordatorio para iluminar esta afirmación: “vosotros cuando oréis, decid: Padrenuestro que estás en el cielo,..”, “Velad y orad, para no caer en la tentación”; él ora antes de elegir a los doce; ora en el huerto de los Olivos; ora momentos antes de la Transfiguración; pasa noches enteras en oración; los cuarenta días en que se retira al desierto antes de iniciar la vida pública, obedece a un tiempo prolongado de oración. Ver al mismo Hijo de Dios que ora y enseña a orar, se convierte en un argumento irrefutable de la necesidad y conveniencia que encierra la oración para el cristiano.

            Estamos dentro de una página dedicada al padre Pío, y en un mes muy especial, ya que en septiembre se celebra su fiesta al ser el marco donde sucedió su “dies natalis”, para el cielo.

Francisco Forggione, repetía con cierta frecuencia una frase que le definía perfectamente, “sólo soy un fraile que reza”. Por eso, cualquiera que quiera ser auténtico devoto del padre o hijo espiritual del mismo no puede esquivar la oración en su vida. De lo contrario se engañaría a sí mismo.

Si el fraile de los estigmas está tan enriquecido con tantos dones sobrenaturales, si es un icono del mismo Cristo, la clave sólo se encuentra en la importancia y necesidad que tiene la oración en su vida.

“Un amigo suyo e hijo espiritual, el padre Gabriel Amorth escribió al respecto: <<el Padre Pío, cuanto más avanzaba en edad, más sentía la necesidad de aumentar la oración. Ya al final de los años 40 me di cuenta de que el tiempo que dedicaba a las confesiones era bastante reducido. Quedaba lejana la época en que confesaba durante 16 horas.

Un día le dije: “Querido Padre, ¿no podrías confesar un poco más de tiempo? Aquí hay personas que vienen de muy lejos, incluso del extranjero, y para poder confesarse contigo deben esperar muchos días”. El Padre Pío le respondió: “Querido Padre, ¿crees que la gente viene aquí por el Padre Pío? La gente viene para oír una palabra del Señor. Y si yo no rezo, ¿qué voy a decir a la gente?”[4].

¡Que sabio es el Padre Pío y los santos en general! Saben que la luz que difunden no es una luz propia, sino la luz de Dios. Ellos son como las vidrieras, amalgama de infinidad cromática, carentes de luz propia. Son bellas (las vidrieras) en cuanto son iluminadas por el sol. Tengo la dicha de ver con cierta frecuencia el rosetón de mi catedral, qué espectáculo tan maravilloso de luz y de color contemplar el sol poniente, dentro de la seo diocesana.

            Los cristianos no tenemos luz propia, ni grandeza propia, ¿qué tienes que no hayas recibido? (San Pablo); nuestra vida se hace grande en la medida que nos acercamos al misterio de Dios; somos atrayentes para los demás y éstos nos buscarán en cuanto traslucimos a Dios. El creer que brillamos por nosotros mismos, es algo que dura poco, la gente tiene un olfato especial para descubrir quien es aquel cristiano que verdaderamente tiene experiencia de Cristo y quien el que no la tiene.

            Al Padre Pío se le iluminaba el rostro cuando le decían: “Padre, rezo por usted”. A mí también se me ilumina el rostro, pensando que el lector de estas pobres líneas, será capaz de rezar algo por aquel que las ha escrito. Que Dios te bendiga, hijo.


[1] Sto Cura de Ars

[2] Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrits autobiographiques (París 1992), p. 389-390

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2566

[4] Laureano Benítez y José Antonio Benítez, El Padre Pío. Mensaje del santo de los estigmas. Ed. San Pablo, 2014. p. 146

–  Escrito por: Un terciario OP