Me llamo María Clara Posada, tengo 38 años, vivo en Colombia, soy soltera y la tercera de siete hijos. Mi encuentro con el padre San Pío de Pietrelcina ocurrió durante el 2018, año donde el Papa Francisco nos hacía una invitación a la santidad.

El padre Camilo Arbeláez, que en ese entonces era el párroco de la Iglesia la Niña María, en una de sus maravillosas y cautivantes homilías nos invitó a leer un libro sobre la vida de una santo que eligiéramos. Después de la misa salí pensativa y le dije a mi hermana Catalina que me recomendara un santo, ella me dijo que había escuchado mucho mencionar el nombre de Padre Pío de Pietrelcina y del Santo Cura de Ars. Fui a la librería de las Paulinas y pregunté si tenían el libro de alguno de estos dos santos y me contaron que tenían el del Padre Pío, pero no el del Santo Cura de Ars, entonces compré el libro y al llegar a la casa me puse a leerlo.

Empecé a leerlo y no era capaz de parar, lloraba, reflexionaba, entraba como en éxtasis… Me preguntaba cómo nadie me había hablado y presentado a un santo tan sorprendente y parecido a Jesús. Un santo que había llevado los estigmas de Jesús por cincuenta años, todo lo que hizo para la salvación de las almas, y además, tenía dones grandiosos que el Espíritu Santo había puesto en su vida para la conversión de los seres humanos, como la bilocación, las apariciones, las confesiones, la lectura de las conciencias y de los pecados de las personas, los milagros que Jesús realizaba a través del padre Pío, el amor por la Virgen María, la cercanía al cielo y los enfrentamientos con satanás, de los cuales siempre salía victorioso con el poder y la gracia de Dios. También el rezo del santo Rosario como arma poderosa y de la Eucaristía. Recuerdo que al finalizar el libro le pedí al Padre Pío que me dejara ir a visitarlo a San Giovanni de Rotondo.

Unos meses después, en octubre, me apunté a un viaje de peregrinación con un grupo de 80 personas para ir a Roma y a Tierra Santa. Estando en Roma nos permitieron tener un día libre y yo pedí que me dejaran ir a San Giovanni de Rotondo a visitar al padre Pío. Me dijeron que no era parte de la excursión, que, si algo me ocurría, era mi responsabilidad pero que me podía ir.

Tomé, entonces, el tren en la estación Termini hasta Foggia y luego tomé un autobús que me llevaba hasta San Giovanni de Rotondo. Llegué a las 23:30 a la ciudad y no tenía hotel, ni guía y no conocía absolutamente nada allí. Pero confiaba plenamente que el padre Pío me llevaría de su mano y que nada malo me podría ocurrir. Toqué el timbre de varios hostales y ninguno me respondió. Entonces, me encomendé al padre Pío.

Vi un bar, entré y pregunté por alguna persona que hablara inglés (ya que no hablo italiano) y la única persona en ese lugar que lo hablaba se llamaba Francesco. En ese momento me tranquilicé al descubrir que tenía el mismo nombre que los padres biológicos dieron al padre Pio cuando nació.

Francesco me consiguió un hotel y su novia me llevó en coche hasta el alojamiento. A la mañana siguiente, un autobús del hotel me llevó al santuario. ¡Casi se me sale el corazón del pecho al ver el Santuario!. Sentí una felicidad enorme.

Cuando me encontré frente al cuerpo incorrupto del Padre Pío empecé a hablarle, lo miraba y parecía que seguía despierto, vivo. Entonces cogí una hoja en la que puedes escribir aquello que quieras a Padre Pío, y que ofrece el propio Santuario, y empecé a escribirle.

Lloré porque sentí su presencia viva, su espíritu y su amabilidad con los peregrinos. Asistí a misa y cuando llegó la hora de volver a Roma, me costó mucho marcharme de allí porque sentí mucha paz y mucha alegría en ese lugar. Siento que Padre Pío es la presencia viva de un hermano en la fe que nos ama mucho y desea profundamente que lleguemos al cielo, y sigamos el camino para la salvación eterna de nuestras almas.

Cuando estaba en la parada esperando el autobús de regreso a Roma, saqué una mandarina de mi mochila y empecé a comérmela. Entonces me fijé y una de las pepitas de la mandarina tenía la forma de un corazón. Me sorprendió tanto que cogí la pepita y la guardé. Todavía hoy la conservo, como si de un tesoro se tratara.

Volví a Roma y me uní al grupo de la peregrinación a Tierra Santa. Le agradecí profundamente al Padre Pío que me trajera a San Giovanni Rotondo y me permitiera volver a Roma sin ningún percance.

En diciembre de ese mismo año (2018) tuve una prueba muy grande. Después de someterme a una cirugía, tuve un dolor muy fuerte. Entonces le pedí al Padre Pío que me ayudara y me fortaleciera, porque humanamente ya no me daban las fuerzas. Esa noche se me apareció en sueños. Cuando lo vi lloré mucho de alegría, me arrodillé y le pregunté si yo era su hija espiritual. Entonces, el Padre Pío me abrazó y me respondió que sí. Me sentí muy animada y fuerte para seguir luchando y ofreciendo a Dios todos mis dolores durante el proceso de recuperación, por la salvación de las almas del mundo entero, y también por la conversión de los pecadores.

He leído muchos libros del padre Pío, y he investigado bastante y he visto, además, las películas que existen sobre él. Tengo una relación muy estrecha con el padre Pío, somos muy amigos, lo siento muy cerca. Lo llamo a través de mi ángel de la Guarda, como leí en uno de sus libros, le digo así: “Angelito de la Guarda dile al padre Pio que lo amo mucho, o dile al padre Pío que me ayude en esta necesidad tan especial” e inmediatamente siento que soy escuchada.

En mi casa todos somos católicos: mi papá y mi mamá son supernumerarios del Opus Dei (fundado por San José María Escrivá de Balaguer), soy la tercera de 7 hijos, me bautizaron al día siguiente de haber nacido y he tenido muy buen ejemplo en la fe, rezo el rosario, me confieso y voy a misa frecuentemente. En mi familia nadie conocía al Padre Pío, hasta que a través de mi testimonio todos se sensibilizaron y ahora lo quieren mucho y se encomiendan a él. Una vez, mi padre me preguntó que cómo hacía yo para hablar con el Padre Pío y pedirle su intercesión, y fue entonces cuando le conté cómo hacerlo a través del ángel de la guarda.

Nosotros tenemos una finca en un lugar a cuatro horas de Medellín. Es una finca que tiene una temperatura alta, apenas llueve y los animales, así como los trabajadores, se estaban viendo muy afectados por esta climatología; mi papá le habló al Padre Pío, a través de su ángel de la guarda, y le pidió que le ayudara a que lloviera más en ese lugar. Padre Pío lo escuchó muy rápido, porque en el único lugar del área que llovió fue donde está ubicada la finca. Mi padre se sorprendió mucho, y muy feliz me contó que el Padre Pío lo había escuchado. Después de esto, mi papá compró el libro que escribió José María Zavala sobre el padre Pío y quedó cautivado. Todos en la casa nos lo leímos y nos gustó muchísimo. Ahora, queremos ir en familia a visitar al Padre Pio, pero la pandemia nos lo ha impedido. Esperamos que pronto podamos ir a visitarlo a su Santuario, ubicado en San Giovanni Rotondo, en Italia.