Hace un tiempo encargué varias novenas con reliquias del Padre Pío que me llegaron desde San Giovanni Rotondo. Una tía mía al enterarse me pidió que le llevara una, así que un día fui a su casa con mis 3 hijas a llevársela y de paso estar un ratito con mi abuela que vive con ella. Me guardé en el bolso unas cuantas novenas con reliquias por si mi abuela o mi tía querían más. Estando en casa de mi tía, nos despedimos de ella y bajamos al patio donde tiene una piscina cercada.

Mi hija Martina, la mediana de las tres (6 años), me pidió que si antes de irnos podía asomarse a la valla para ver la piscina, le dije que si pero que no tardase. Al regresar me dijo que se había caído en un escalón, le dije que tuviera más cuidado y le pregunté si se había hecho daño, a lo que la niña respondió que no.

De camino a casa comenzó a llorar de forma desconsolada. Le pregunté que le ocurría y me dijo que le dolía el golpe que se había dado. Me extrañé porque cuando le pregunté la primera vez me dijo que no se había hecho daño. Entonces me comentó que el golpe se lo había dado en la barbilla.

Le quité la mascarilla y me llevé un susto tremendo, porque vi que tenía una raja abierta y profunda de unos 2 cm aproximadamente, pero para mi sorpresa no tenía ni una gota de sangre.

Temblando, no sabía qué hacer. No podía irme a urgencias sola con las tres niñas (además, ahora sólo te permiten entrar en urgencias con un acompañante) tampoco disponía de coche en ese momento, así que seguí andando, con las niñas, hasta mi casa. Y, de repente, Martina paró de llorar y siguió caminando como si nada hubiera pasado.

Cuando llegué a casa, mi marido la llevó a urgencias y yo me quedé con las otras dos niñas.

Los médicos que la atendieron en urgencias no daban crédito. La niña, con 6 años, estuvo tranquila y calmada todo el tiempo. Le preguntaron a mi marido si había perdido mucha sangre y no le creyeron cuando les dijo que ni una gota. Los médicos le dijeron que era imposible, tratándose de una de las zonas más sangrantes del cuerpo (cualquier pequeña rajita o heridita en la barbilla, boca o en la frente suelta muchísima sangre que a veces es más escandalosa que la propia herida). A la niña le dieron 8 puntos de sutura y no se quejó en ningún momento, ni una lágrima. Ella tan normal. Cuando volvió a casa vino contenta y feliz a pesar de todo.

Pasados unos días, estaba jugando en su cuarto y me asomé a ver que hacía. Parecía que estaba haciendo manualidades o ropita para alguna muñeca (le encanta hacerlas con trapos o calcetines viejos).

Pasó un rato y vino donde yo estaba. Y me dijo: “mira!, mami lo que he hecho”.

Me quedé mirando, y en la mano llevaba una tela, a la que le había hecho agujeros para poder meterla entre sus dedos, como una especie de guante.

El corazón me dio un vuelco.

Martina, ¿qué es eso? -le pregunté-

“Es lo que llevaba el abuelo que me ayudó cuando me caí” -me respondió-

Entonces, me metí en el cuarto de baño, para que la niña no me viera, y me puse a llorar. En ese momento me acordé que cuando mi hija se había caído yo llevaba las novenas del Padre Pío en mi bolso. Fue entonces cuando me puse a rezar y dar gracias.

Muchas veces he visto las manos del Padre Pío en mi vida, en situaciones incluso cotidianas. Se que está conmigo, que siempre lo ha estado, por eso desde que se metió en mi corazón no hay un día que no le rece, que no piense en él, que no le hable.