Nos conocimos en el año 2014, en una época en la que ambos llevábamos tiempo apartados de la Iglesia por diferentes vicisitudes de la vida que nos servían de excusa. La consolidación como pareja fue muy rápida, puesto que los dos teníamos muchas ganas de encauzar nuestras vidas. La familia nos lo puso fácil, así como las amistades; se alegraron mucho con esta relación y fuimos aceptados de inmediato. Pronto decidimos compartir techo y a los pocos meses de conocernos, estábamos viviendo en el mismo piso que Gema tenía en Madrid. Al principio no fue fácil la convivencia. Hemos de resaltar la diferencia de edad, de más de siete años, que puede conllevar un choque de puntos de vista sobre la amistad y las relaciones sociales. Ahora sabemos que nuestra relación estaba condenada al fracaso si no hubiéramos tenido un punto de inflexión. No éramos plenamente conscientes de lo que nos faltaba, pero pronto lo descubriríamos. 

Una noche de copas con unos viejos amigos de Gema, uno de ellos nos obsequió con los libros que consideró necesarios para nuestro momento vital particular. Nuestro querido Miguel Ángel, al que tanto debemos, entregó a Gema «Un juego de amor». A los pocos días, empezó a leerlo y a los pocos renglones, comentó «esto que estoy leyendo te va a gustar». Enseguida decidimos compartirlo en voz alta. Disfrutando de cada párrafo, nos vimos reflejados en él, como si de alguna manera, estuviéramos ligados a sus autores. Lo llevábamos con nosotros y lo leíamos y releíamos en cualquier lugar con el máximo interés. Gonzalo empezó a sentir una atracción especial al santo al que se hacía referencia constantemente. Era el Padre Pío.

En secreto, él empezó a investigar sobre su vida. Ya habíamos oído algo sobre este santo, pero nunca habíamos profundizado, quizás no fuera ese su momento.

Gonzalo: Desde la perspectiva que nos da el tiempo, siempre llevé una vida en la que Dios estaba ahí, pero guardado en un cajón, en lo más oscuro, profundo y olvidado. Únicamente me acordaba de Él cuando venían mal dadas y necesitaba -fruto de mi egoísmo- de su rápida acción para librarme de algún follón en el que me había metido yo solo por mi mala cabeza. Tras una fallida relación que duró doce años y por culpa de una infidelidad, caí en una profunda depresión y hasta tuve intento de suicidio, estaba constantemente rodeado de mujeres, drogas y alcohol. Siempre dije que bajó el mismo Dios a verme para sacarme de ese pozo y me puso delante de mí a Gema, como salvadora e intercesora. Una vez, ya pasados unos meses de relación, ella me contó algo sobre un fraile italiano que era capaz de leer las conciencias de las personas que se confesaban con él (algo que me parecía un invento de la Edad Media, como a muchos nos pasa, inducidos por el error y el desconocimiento, así como un instrumento de la Iglesia para saber más sobre el pueblo y poderlo controlar). Tras la lectura del libro y a raíz de lo que fui investigando, iba quedando maravillado con este gigante del catolicismo. Me atrapó, irrumpió en mi vida con una estampida de emociones y preguntas que me hacía yo mismo a todas horas.

Gema: Empecé a notar cambios en el comportamiento de Gonzalo casi de inmediato. Me preguntaba muchas cosas acerca de doctrina y le veía más recogido, incluso taciturno, en todos los sentidos. Comenzó a restringir las salidas sin mí, y cuando le lanzaba alguna pregunta sobre su fe, me pedía que le dejara meditar sin prisa sobre su actual posicionamiento, prefería llevarlo en privado para no tener ninguna influencia exterior y poder llevar un discernimiento adecuado. Ya habíamos fijado la fecha del matrimonio civil, puesto que el religioso no podía efectuarse: yo estaba divorciada. La realidad es que para mí suponía un mero trámite de legalización, me sobraban las celebraciones y pompas. No me sentía bien con la situación porque mi educación ha sido católica y sentía una religiosidad que ahora no podía ejercer a causa de mi anterior matrimonio fallido. Pero no había salida, o eso me parecía…

Mientras tanto, proseguíamos con los preparativos de la ceremonia civil. Era Navidad y faltaban pocos meses para la boda, cuando Gonzalo se pronunció al fin. Proponía una luna de miel en Italia, con visita a los santuarios de la Madre Esperanza y del Padre Pío, en vez de viajar a Cuba, por supuesto, cumpliendo con todos y cada uno de los Mandamientos, incluyendo la castidad. He de decir que ya habíamos decidido iniciar los trámites para la nulidad eclesiástica. Tras contactar por primera vez con los protagonistas del susodicho libro, encontramos una posibilidad que después corroboraría el abogado del proceso, el mismo que atendió el caso de nuestros nuevos amigos.

Mi respuesta fue un sí enorme, ya que también conllevaba el cambio de vida referido y que deseaba internamente. Pero me faltó el valor necesario para proponérselo. Era un momento delicado y entendí que un paso en falso en su conversión podría echarlo a perder todo. 

Y llegó el ansiado viaje. Estando en Santa María la Mayor de Roma, Gonzalo se confesó por primera vez en muchos años, dieciséis para ser exactos. ¡Y sin dar pistas! ¡menuda sorpresa! En mi caso, hacía menos tiempo, pero lo sentía muy lejano. En Collevalenza, percibió el olor a rosas de la santidad como regalo del alma gemela del Padre Pío, la Madre Esperanza. En San Giovanni Rotondo pasamos también un par de días maravillosos que siempre recordaremos con muchísimo cariño.

El proceso de nulidad fue una gran purga anímica que nos hizo esforzarnos al máximo en este camino que hemos emprendido juntos hacia Jesús, siempre de la mano de María y del Padre Pío. Como anécdota curiosa, el día que fui a testificar me sentía muy nerviosa. Me encomendé al Espíritu Santo para que mi testimonio fuera puro y sincero, y el Padre Pío quiso darme una muestra de su ternura como intercesor nuestro: en la sala de espera del Obispado de Getafe, sobre la mesita de fumador al pie del sofá donde me senté, se encontraban decenas de revistas y publicaciones católicas. Justo al terminar mis oraciones, cogí una de ellas al azar y al abrirla mecánicamente por cualquier página, me encontré la crónica de una conferencia de José María Zavala sobre dicho santo. Era una más de tantas, siempre aparecía en cada instante de nuestras vidas de una forma u otra desde que le conocimos. Indescriptible la alegría y la paz que me proporcionó con este gesto tan cariñoso. Entré al despacho del Juez confiada y sintiéndome especialmente protegida.

Finalmente, llegó la nulidad eclesiástica y por fin pudimos casarnos un 25 de mayo (cumpleaños del Padre Pío) de 2.019 y tras ella, muchos de nuestros viajes son ya a santuarios, de los que regresamos siempre felices y con una gran fuerza para proseguir con nuestro apostolado. Nuestra fe aumenta día a día y es ahora cuando somos plenamente conscientes de que sin Dios no hay nada. Tuvimos el inmenso regalo del Padre Pío en poder participar en la película “Renacidos”, en colaborar en coloquios, charlas y cómo no, conocer y gente maravillosa con la que compartir nuestra fe en Dios y nuestro cariño a nuestro amado Padre Pío.